Paul
Friedlander lleva más de dos décadas investigando toda clase de tecnologías y
procedimientos con el fin de hacer de la luz una materia maleable y flexible
que pueda adquirir cualquier forma y volumen.
Las «esculturas cinéticas de luz» de Friedlander son
deudoras del trabajo de otros grandes nombres que le han precedido en el arte
de la luz o de la cinética, desde László Moholy-Nagy hasta Flavin o Turrell, aprovechado
los sistemas informáticos de control de iluminación para resaltar la impresión
de incorporeidad y dinamismo de sus esculturas.
Aunque obras
como The Wave Equation o The Energy Core no sean estrictamente hologramas,
lo que el espectador descubre al situarse frente a ellas son grandes formas
incorpóreas en movimiento, suspendidas en mitad del aire, que al girar sobre si
mismas dotan a la luz de una tridimensionalidad que
no estamos habituados a contemplar en el espacio físico inmediato.
En sus nombres, las
esculturas cinéticas de luz de Friedlander suelen hacer referencias a distintos
aspectos de la ciencia moderna, desde la física
cuántica hasta la teoría de cuerdas. Sin embargo, su construcción estética y la
recepción de su trabajo por parte de sus espectadores remite inevitablemente a
lo espiritual y lo mágico. Al fin y al cabo, los
elementos físicos en los que se sustentan las esculturas de Friedlander quedan
ocultos por el misterio de un básico pero impactante efecto óptico.
Como muchos
otros creadores que han desarrollado su carrera en la encrucijada entre arte, ciencia y tecnología, Friedlander sitúa su
trabajo en un espacio híbrido.
Por una parte, sus
obras descansan sobre la amplia tradición del arte cinético del
siglo XX, que no duda en reivindicar. Pero, además, el británico no puede
desvincular su trayectoria de la disciplina de la iluminación escénica a gran
escala en la que inició su carrera y que ha sido en las últimas décadas un
factor decisivo en el desarrollo de la tecnología lumínica.
La herencia plástica
de una y los procedimientos de la otra han permitido a Friedlander desarrollar
un cuerpo de trabajo instantáneamente reconocible.
El trabajo de
Friedlander es también un ejemplo de cómo la investigación científica puede
expandir el vocabulario expresivo de los
artistas hoy, para permitirles modelar la realidad física y crear imágenes que
antes hubiésemos pensado solo posibles en el terreno de la imaginación y lo
onírico.
Las obras de
Paul Friedlander han sido mostradas en varios ArtFutura en Barcelona, Buenos Aires, Madrid y Montevideo. así como
en la exposición “Máquinas&Almas” (Museo de
Arte Moderno Reina Sofía de Madrid 2008) y en “Criaturas Digitales” (Roma
2017).
A parte de que el trabajo de Paul Friedlander (1951) tiene la evidente ventaja de
visitar tanto museos de arte como de ciencia, estas esculturas luminosas y
cinéticas ostentan una conexión hecha de luz, movimiento, sonido y color, sin
necesidad de que éstas sean por completo un cuerpo sólido aunque sí visualmente
nos recuerde, por ejemplo, a las burbujas.
Ante todo, él presenta una cuerda (en otros casos, piezas diversas) tensada del techo al suelo, la cual oscila gracias a un motor hasta el punto de ceder el paso a la luz que se descompone en colores, incluso en imágenes de fórmulas matemáticas u otros patrones. Ello desemboca en un agasajo visual y, en muchas ocasiones, sonoro; genera forma e iridiscencia pero también demuestra que la luz puede ser una materia maleable convertida en arte.
Ante todo, él presenta una cuerda (en otros casos, piezas diversas) tensada del techo al suelo, la cual oscila gracias a un motor hasta el punto de ceder el paso a la luz que se descompone en colores, incluso en imágenes de fórmulas matemáticas u otros patrones. Ello desemboca en un agasajo visual y, en muchas ocasiones, sonoro; genera forma e iridiscencia pero también demuestra que la luz puede ser una materia maleable convertida en arte.
Friedlander establece un enlace entre el arte y las ciencias aplicadas; entre la creación artística de principios de siglo XX, mediados del mismo y la actualidad; entre la pieza y el espectador que se vuelve participante; y entre lo humano y lo celeste.
La primera unión es evidente, la segunda se vislumbra por el juego con la luz y la imagen producida por los giros, una ilusión óptica, un juego visual sea influencia del húngaro László Moholy Nagy o de los estadounidenses James Turrell y Dan Flavin, quienes también trabajaron con la luz como principal recurso para sus obras, sin embargo, en el caso de este inglés, la cuerda y otros elementos como cristales, pantallas, proyectores y hasta el sonido de los motores también son elementos importantes para modificarla. Es más, ambiciona el uso de la computadora y software específico para controlar la escultura y crear proyecciones en 3D.
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