la
incorporación de las palabras a las galerías de arte
Art & Language es el nombre de la revista publicada en los años sesenta por el grupo
del mismo nombre integrado por Ferry Atkinson, David Bainbridge, Michael
Baldwin y Harold Hurrel. Posteriormente, el término “art & language” se
extendió como una categoría del arte conceptual, la cual, como indica su
nombre, vincula el arte con el lenguaje. El arte conceptual también se conoce
como “idea art” y es un movimiento artístico surgido en los años sesenta en el
que la idea de la obra es mucho más importante que los aspectos formales o
materiales que la conforman. En muchos casos, la idea de la obra es en sí misma
la obra de arte.
Para los estudios de
poéticas visuales, resulta sumamente interesante detenerse a reflexionar sobre
este movimiento artístico, puesto que en él tiene lugar el procedimiento
inverso al que se presenta en las distintas modalidades de la poesía visual.
Así como los poetas visuales toman prestados elementos de las artes plásticas y
los llevan a la literatura, por su parte, los artistas plásticos han
experimentado con el material principal de la literatura, es decir, el
lenguaje, como elemento central de la obra de arte. Como en el caso de la
poesía visual, con las obras de “art & language” nos encontramos frente a
un acto plenamente interartístico e intermedial, sólo que en el sentido
inverso.
El cubismo, la
aparición del ready made y el surrealismo, así como el arte
abstracto o no figurativo, ya habían sido pasos gigantescos hacia la
abstracción de las ideas representadas en las obras artísticas. Sin embargo,
los artistas conceptuales dieron otro paso más: luego de trabajar con diversos
objetos, técnicas y materiales fueron avanzando cada vez más hacia la desmaterialización
del objeto artístico, hacia la desaparición de la obra de arte como objeto real
que ocupa un lugar en el espacio, para conservar únicamente la idea que se
tiene de ésta.
Como ejemplo podemos
citar el caso del artista conceptual norteamericano Ed Kienholz, quien a
finales de los años cincuenta había comenzado a trabajar con objetos reales.
Estos objetos se volvieron cada vez más complejos hasta que se convirtieron en
ambientaciones a escala natural, lo cual resultaba muy caro y tomaba mucho
tiempo. Para resolver este problema, a partir de 1963, Kienholz produjo lo que
denominó “concept tableaux”, los cuales consistían en las instrucciones para
realizar una obra de arte que el comprador podía mandar hacer, en caso de así
desearlo. De este modo, lo que el comprador adquiría era el concepto
(acompañado de una placa con el título de la obra) y luego podía encargar la
elaboración del boceto de la obra. Posteriormente, con otro pago, más grande,
mandaba construir la obra. Cuatro de estos “concept tableaux”, por ejemplo “The
Portable War Memorial”, llegaron a ser construidos, pero la mayoría se quedaron
en conceptos.
A través del énfasis
en la idea por encima de su realización concreta en la obra, el arte conceptual
se fue desmaterializando poco a poco. Muchos artistas buscaron la
desmaterialización total del objeto artístico (los norteamericanos Ian Wilson y
Christine Kozlov son claros ejemplos). Wilson quería hacer obras de arte
puramente verbales y, para escapar de cualquier materialización, incluso como registro
o vestigio, las pronunciaba en voz alta en una galería en lugar de ponerlas por
escrito.
La más famosa de
todas las exposiciones de arte “desmaterializado” fue la de Robert Barry, en
1969, en la Galería “Art & Project” de Ámsterdam. En la puerta principal de
la galería colgó un letrero que decía: “Durante la exhibición la galería
permanecerá cerrada”. No había obra alguna a la vista. Lo que presentó el
artista fue la aseveración de que había una exposición dentro de la galería, a
pesar de ser invisible para el público, puesto que no podía pasar y no tenía
otro remedio que dar crédito al hecho de que adentro debía de haber obras de
arte. Aquí lo importante no es preguntarnos si la “obra de arte” era el letrero
colgado en la puerta, o la galería misma cerrada, o la exposición “invisible”,
o la idea que Barry tenía en la mente, o la experiencia del desconcertado
espectador que se veía obligado a darse la media vuelta e irse sin haber
entrado a la galería; lo importante es que los artistas se alejaban cada vez
más de los elementos típicos de las artes plásticas, es decir, obras
materiales, ya sean pinturas o esculturas que uno puede ver, sentir y tocar en
la realidad y se acercaban cada vez más a la experiencia estética como algo
instantáneo, inmaterial, fugaz, efímero e irreproductible.
Ed Kienholz, "The Portable
War Memorial", 1968. Materiales varios. Museo Ludwing, Colonia.
En su claro intento
por desmaterializar el arte y mostrar el concepto como la obra, los artistas
conceptuales pretendían que la obra de arte no se limitara a lo que uno puede
ver, sentir, tocar, oler, en una galería o museo, sino que pudiera existir (y
literalmente vivir, estar expuesta) en la mente de cada uno de los perceptores.
A todas luces se trata de algo revolucionario, dado que en muchas ocasiones se
piensa el arte como objeto (plástico, literario, acústico). No obstante, los
artistas conceptuales nos enseñaron algo importante, a saber, que el arte no es
un objeto, sino una práctica, y que la obra de arte no es lo que vemos y
podemos tocar, sino la relación (invisible, intangible, inmaterial) que
establecemos con una obra que no es otra cosa que un detonador de conceptos.
Así pues, las
palabras entraron de lleno a los museos y a las galerías de arte como obras
plásticas, ya fuera escritas en las paredes en distintos tamaños,
distribuciones y tipografías o escritas sobre otros soportes como planchas,
barras, cuadros, vidrio, madera, etcétera.
Bruce Nauman, “One Hundred Live
and Die”, 1984. Tubos de neón y vidrio. Museo de Arte Contemporáneo de Naoshima.
En muchos casos, la
diferencia entre un poema visual y una obra de arte conceptual basada en el
lenguaje es el lugar en donde se encuentra la obra y cuál es la intención del
artista, es decir, percibimos, interpretamos y leemos estas obras según cómo
nos las presentan. Si aparecen en un museo o galería de arte y nos las
presentan como artes plásticas, fruto de un artista plástico, las leemos y nos
situamos frente a ellas como si fueran cuadros o esculturas. Si es un poeta
visual quien crea el iconotexto y se nos presenta como poema visual, las
interpretamos más ligadas a sus vínculos con lo literario. Se trata sólo del
espacio en donde nos encontramos con la obra. En ocasiones, cuando se han
expuesto poemas visuales en los museos (como en el caso del George Pompidou en
París o el Museo de Arte Moderno de Nueva York), los espectadores parecen
privilegiar la imagen o lo figurativo de las propuestas por encima del
contenido semántico de las palabras. En cambio, cuando las propuestas aparecen
en un libro (una antología de poesía experimental o poesía visual por ejemplo)
por el simple hecho de tener un libro entre las manos, dar vuelta a las páginas
y leer, el lector-espectador establece una relación distinta con el objeto.
Las tres obras de
arte conceptual basado en lenguaje que se muestran aquí son emblemáticas. La
primera, de Joseph Kosuth, no da cuenta de la desmaterialización del objeto
artístico. El objeto está totalmente presente, una silla convencional de
madera. Después, vemos una fotografía de esta silla y por último la definición
de diccionario de la palabra silla, en inglés. Se trata de una obra de arte
conceptual porque la verdadera obra de arte es una idea o serie de ideas (¿qué
es una silla?, ¿cómo representamos una silla? y por tanto ¿qué es el arte? y
¿qué es la representación?). Al tener el objeto físicamente presente junto a su
representación verbal y visual, y al considerar el título de la obra que alude
a que las tres sillas son una sola y a la vez distintas, “one and three
chairs”, nos cuestionamos sobre cómo representamos los objetos y nos
relacionamos con ellos en el mundo de la realidad y en el de las ideas. Muchas
obras de “art & language” trabajan con definiciones de diccionario como
obras artísticas en sí mismas.
Las obras de Nauman y
Horn son obras de arte cuyo material es la palabra escrita, en un caso en luces
de neón y en otro en barras de aluminio, objetos que pasan a un segundo plano y
que sirven exclusivamente como vehículos de las palabras. En estos casos, el
contenido semántico de las palabras se suma e integra a todo aquello que nos
dicen los materiales, los soportes, la disposición tipográfica y la composición
visual de las obras. Los artistas de “art & language” nos obligan a leer para
relacionarnos con las obras, no basta simplemente con observarlas; la
decodificación de la obra está en la actitud lectora y contemplativa que, a su
vez, produce una idea de la obra.
Más que realizar un
análisis exhaustivo de estos ejemplos, lo que pretendo es enfatizar que, a raíz
de estos trabajos, los límites entre las artes se han diluido enormemente y la
palabra tiene un valor artístico no sólo para la literatura, sino también para
las artes visuales. Cada vez es más común entrar al museo y ver obras de arte
basadas en el lenguaje.
Roni Horn, “When Dickinson Shut
Her Eyes, No. 974”, 1994.
Aluminio y plástico. Galería Matthew Marks, Nueva York.
Aluminio y plástico. Galería Matthew Marks, Nueva York.
A través del uso de
la palabra como material estético se subrayó la desmaterialización de los
objetos artísticos. Así como las artes plásticas diluyeron o anularon la
materia (lienzos, mármoles, metales, telas, etcétera), la cual había sido su
característica típica a lo largo de toda la historia del arte, de la misma
manera, algunas propuestas de poesía visual desterritorializaron el elemento
que hasta entonces había sido medular para la literatura (la palabra) y la
diluyeron reduciéndola a su mínima expresión, es decir, la letra (como sucede
en el letrismo) o incluso la anularon por completo (no hay más que pensar en
los denominados poemas semánticos, donde no hay una sola palabra y todos son
signos visuales, o en el movimiento denominado espacialismo, donde lo
primordial es el espacio en blanco en donde se insertan los signos).
Para el arte
contemporáneo es vital borrar las fronteras, estrechar los límites, integrar,
mezclar, hibridar, combinar… A través de la poesía visual y de las propuestas
del arte conceptual basado en el lenguaje, las artes plásticas y la literatura
se han hermanado más que en ningún otro periodo de la historia. Y lo mejor es
que aún tienen mucho por compartir.
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